Educación sexual no es enseñar cómo mantener relaciones sexuales. La educación sexual no es genitalidad. Muchos creen que “cumplieron con el deber” porque explicaron cómo son los genitales y “advirtieron” de los peligros de las enfermedades sexuales. Eso no es educación, es deformación. No ayuda al crecimiento, sino que lo detiene.
No digas: “yo no sé cómo enseñar, mejor que la escuela lo haga”. Hay padres que creen que necesitan “saber todo” antes de poder enseñar. Error. Relájate, la vida es un continuo proceso de aprendizaje. Capacítate; mientras enseñas, aprende. Los hijos necesitan que los padres validen la información que ellos reciben desde las fuentes diversas de educación informal (TV, amigos, chistes, etc.). Todos los niños expresan que necesitan dirección de sus padres en el tema sexual. La interacción entre los hijos y sus padres posibilita que los niños vayan integrando conceptos que les permitan crecer saludablemente en todas las áreas de la vida.
No vayas a pensar que, si tú no hablas, ellos no aprenderán. Los sociólogos dicen que un adolescente de catorce años sabe más acerca de sexualidad que lo que su abuela aprendió a lo largo de toda su vida, aunque haya tenido una docena de hijos. En otras palabras, la nieta le dice a la nona: “Abu, vení que te enseño”.
Es pretencioso e ingenuo creer que, si los padres no enseñamos, nuestros hijos permanecerán en la más absoluta pureza. Van a aprender de otras fuentes, con el riesgo cierto de aprender mal. Conocimientos fragmentados y generalmente ladinos, cargados de mitos y temores, será lo que incorporarán como saber acerca de su sexualidad, en vez de aprender los aspectos saludables que les posibiliten un mejor vivir.
No creas que, al hablar de sexualidad, deberás compartir tu intimidad. Los padres no deben compartir jamás sus vivencias íntimas con los hijos. Enseñar de sexualidad es impartir información o acercar un material recomendable para leer; pero, de ninguna manera, hacer alusiones a las vivencias como pareja.
Educar es compartir, no imponer. Como padres debemos compartir los valores que rigen nuestro comportamiento, pero ello no nos da derecho a imponernos autoritariamente o a ofuscarnos cuando alguno de nuestros hijos piensa distinto. Si tenemos que gritar para mantener nuestra autoridad, es porque, quizás, no tengamos muchas razones.