N°10 // El sexo es un regalo de Dios

“… Fue así como Dios creó al ser humano tal y como es Dios. Lo creó a su semejanza. Creó al hombre y a la mujer…’”, Génesis 1:26-27 (TLA). «Dios mío, tú fuiste quien me formó en el vientre de mi madre. Tú fuiste quien formó cada parte de mi cuerpo”, Salmo 139:13 (TLA).
Dios creó el sexo. El sexo es un obsequio, una ofrenda de Dios, algo que Él nos ha concedido. A pesar de ello, nos cuesta conciliar la idea de que Dios y el sexo se entrelazan.

Podemos imaginar a Dios tomando barro y haciendo al primer varón. Un poco de barro y formó la cabeza, los ojos, las cejas; otro poco más y formó el cuerpo, las piernas, los pies. Todo esto es sencillo de imaginar pero, ¿quién imagina al Dios tres veces Santo trabajando en la entrepierna de Adán? Más bien suponemos que le sobró un pedacito de barro en su mesa de trabajo, entonces, muy pudendamente y lleno de vergüenza, se tapó los ojos y, mirando para otro lado, colocó esa “sobra” entre las piernas de Adán. ¡Nada más desacertado! Dios dedicó tiempo y atención a cada detalle del sistema sexual ya que no sólo involucra lo genital sino, el cuerpo entero.

Bíblicamente, no se atribuyen a la sexualidad connotaciones negativas, pecaminosas o diabólicas. En la Biblia, la sexualidad aparece como un regalo de Dios. Tristemente, como dijo Abel Martínez Martín: “Nuestra sexofóbica civilización… condenó la sexualidad a las llamas del infierno, a la clandestinidad y el pecado, la ignorancia y la oscuridad. La sexualidad se llenó de prejuicios, prohibiciones, mistificaciones, taras y perversiones”.
Concluimos diciendo que los pasajes anteriormente citados revelan al sexo como un don, regalo u ofrenda de Dios. De ahí que, en lugar de estar descontentos, bien haríamos en dar gracias al Creador por su bondad al darnos una dimensión sexual que provoca placer y acerca dos vidas de modo intenso y único.

Mentira que eliminamos:

-Asociar todo lo sexual con el pecado. Falso.
Muchas mujeres, sobre todo las cristianas, piensan que para estar más cerca de Dios deben estar lejos de la intimidad conyugal. Esta concepción explica los principales problemas en la sexualidad femenina: la falta de deseo, la ausencia de orgasmo y los tantos desajustes en la vida de pareja.
Quien está muy interesado en que veamos el sexo marital como pecado es el mismo diablo. De ese modo, en vez de disfrutar del abrazo compartido con el cónyuge en el altar de la donación, cercenamos la vivencia, la entrega y el placer. Se reprimen los sentimientos y las sensaciones eróticas por tanto tiempo que luego se desbocan tras cualquier sustituto, o bien, la intimidad sexual se muere muchos años antes que la persona.