N°11 // El sexo es algo bueno

«Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”, Génesis 1:31.
Todo lo que Dios había hecho era bueno, incluso el sexo: “bueno en gran manera”.
Solemos aconsejar a quienes se van a casar a orar antes de comenzar su intimidad conyugal. Algunos creen que la sexualidad es puramente carnal, que las pasiones del viejo hombre afloran con todas sus fuerzas e imaginan que el Espíritu Santo espera fuera del dormitorio a que termine el “tsunami sexual”. ¡Nada más lejos de la verdad! La sexualidad ha sido diseñada por Dios para ser disfrutada en el ámbito matrimonial.
Mentira que desechamos:

– El sexo es repulsivo, bajo y carnal. Falso.
Es común escuchar a personas mayores referirse a la relación sexual como “la porquería”. Creen que sexo equivale a pecado. Este mito es una filosofía antibíblica enseñada como norma religiosa, según la cual el fin de la sexualidad es sólo la procreación.
Kevin Leman dice: “Un hombre sexualmente satisfecho será, por lo general, un mejor padre y un mejor empleado. Una mujer sexualmente satisfecha tendrá menos estrés y más gozo en su vida. La relación sexual es de vital importancia para un matrimonio saludable”.
I. Trobisch, en su libro La dicha de ser mujer, dice: “El amor que los esposos se han demostrado durante el acto sexual influye sobre su vida diaria. Después de una buena relación sexual plena de amor, el mundo les parece más colorido, mejor. El clima de la casa mejora. Los maridos se suavizan, las esposas se tornan más compresivas y alegres. Los varones observan que tienen más energía, los entusiasma más el trabajo, están listos para enfrentar desafíos que hasta el momento habían pospuesto. Las mujeres que se sienten amadas permanecen unidas a su marido en pensamiento y corazón, se comprometen más vigorosamente en la vida familiar y resuelven los problemas cotidianos con más facilidad; crece su alegría de vivir”.

Si estamos de retiro no debemos tener intimidad sexual, eso sería fallarle a Dios. Falso.
En 1ª Corintios 7 el apóstol Pablo enseña que sólo debe existir un cese de la intimidad sexual cuando, de mutuo acuerdo, ambos se abstienen para ocuparse sosegadamente de la oración. De ahí que si uno de los miembros de la pareja no quiere interrumpir la intimidad conyugal, el otro no pierde la unción ni se transforma en pecador por estar en ayuno y oración y tener sexo con su cónyuge.