Cómo ser libre de un doloroso pasado

Cómo ser libre de un doloroso pasado

“Es imposible ejercer control sobre el pasado o el futuro, porque no son reales, y nunca lo serán. No intentes jugar a ser Dios. Simplemente sé tú mismo y no te cargues de ansiedad y te llenes de miedo. Recuerda que quien vive con los temores no encontrará la libertad del amor de Dios”, Paul Young.4

Katia es una mujer de mediana edad.

Todo comenzó hace tres meses, cuando decidió cumplir el sueño postergado de estudiar psicología. Su carrera universitaria había sido aplazada primero por su familia y, luego, por el ministerio pastoral. Nunca perdió las esperanzas de concretar esa meta. Finalmente, llegó el día en que comenzó. Con mucha alegría y profunda gratitud a Dios emprendió su primer año universitario.

Mientras cursaba las diferentes materias, de modo recurrente, se abordó la problemática del abuso sexual infantil.

Katia cuenta que en un principio, la aproximación era simplemente académica, pero de un día para otro, de manera casi repentina, recordó muchas vivencias de su niñez que jamás había hablado. Revivió un pasado que ella creía muerto y enterrado.

Debutó con una crisis de pánico en el aula de clases. Sintió que se moría. Llamaron al servicio de emergencias y la derivaron a una clínica para estudios cardiológicos. Después de efectuarle los chequeos pertinentes y, frente a la realidad de que físicamente estaba sana, sugirieron consultar a un psiquiatra, quien le suministró medicamentos a altas dosis. A pesar de todos los tratamientos, no lograron suprimirle los síntomas asociados a las crisis de pánico.

En pocas semanas, como una catarata irrefrenable, todos sus recuerdos afloraron a su consciente y no pudo pensar en absolutamente otra cosa que no sean las experiencias pasadas.

Se sumó un trastorno en la alimentación; además, no podía conciliar el sueño y su irritabilidad era extrema.

De pronto, mientras relataba su historia, Katia rompió en llanto y dijo que fueron ‘varias’ las experiencias traumáticas, sin dar mayor explicación. Nosotros interpretamos que se refería a la cantidad de veces que fue abusada. Permanecimos en silencio.

Respiró profundo. Dijo que tenía taquicardia. Luego de una larga pausa en la que rodaron por sus mejillas incontenibles lágrimas que arrancaba con furia, inspiró y soltó el aire lentamente en un intento de autocontrol, pero siguió llorando.

Sin preámbulos, relató que su primera vez fue a los cinco años, por un tío; la última, a los diecisiete, por un amigo. En medio de esas experiencias extremas fue asaltada sexualmente por primos, un hermano, amigos y hasta algunos conocidos de la familia. Por tres de esos hombres había sido violada. No eran sólo sus recuerdos sino el papel que ella había desempeñado en ese pasado. Aquella era una persona distinta. No podía amigarse con la que había sido, con la niña que había sufrido. No podía conciliar esta Katia con aquella que, habiendo buscado amor y aceptación, encontró sexo, promiscuidad y desprecio.

Nunca contó su oscuro pasado, jamás lo habló, ni siquiera con ella misma. Recuerda que lloraba en secreto porque se sentía sucia, indigna de afecto y dominada por el miedo. Optó por callar. Silenció el dolor de su alma con la esperanza de que si no lo ponía en palabras, tal vez nunca hubiese existido. Pero el resultado fue muy distinto al esperado. Esas experiencias innombrables aprisionaron su vida por el tiempo que sólo la eternidad puede abarcar.

En la actualidad es una mujer adulta, madre, cristiana y universitaria. Ahora descubre que su ‘elegido olvido’ amenaza su presente y con tristeza avizora que puede robarle el futuro si no coloca un punto final al dolor por el pasado. Rendir pleitesía a los acontecimientos desagradables del ayer suele malograr el presente y condicionar el futuro de muchas maneras. No hay inteligencia en ese proceder.

 

Hay personas que, en algún momento de su vida, se obsesionan con recuerdos desagradables. Les rinden tiempo y atención. Sus mentes echan raíces en aquella traición, engaño, infidelidad o pérdida. Recuerdan, reviven y resienten. Hacen de todo menos la sabia decisión de cerrar el círculo vicioso de confusión, culpa, dolor y rabia por el pasado. Viven atormentadas, asfixiadas y perseguidas por las malas experiencias. Una verdadera agonía para cualquier alma.

No seas de los individuos que pasan la mayor parte de su tiempo pensando en el ayer o en el mañana. Dios está en el presente. El humorista Will Rogers dijo: “No dejes que el ayer se lleve mucho del hoy”. Enfocándote en el ayer no tendrás un mejor mañana. Aprende del pasado cuanto puedas y luego, déjalo ir. Elbert Hubbar escribió: “Una memoria retentiva puede ser algo bueno, pero la habilidad de olvidar es una señal de grandeza. Las personas triunfadoras olvidan, saben que el pasado es irrevocable. Ellos están corriendo una carrera, no pueden darse el lujo de mirar atrás. Sus ojos están en la línea de llegada. Las personas magnánimas olvidan, son demasiado grandes para dejar que las pequeñas cosas les molesten, olvidan fácilmente. Si alguien le hace algún mal, consideran la fuente y se mantienen íntegros. Sólo las personas pequeñas buscan la venganza. Sé bueno olvidando. Los negocios lo dictan y el triunfo lo demanda”.

Katia está bajo tratamiento psicológico y psiquiátrico, pero reconoce el alcance limitado que tiene la ciencia frente al padecimiento de su alma.

En medio de la charla escuchamos de Katia el mismo pedido que reconoce haber hecho a decenas de pastores: “Les pido que oren para que Dios haga un milagro de restauración”. En esta corta frase pueden reconocerse muchos vicios cristianos. Primero, la única intervención que asume posible es que oremos por ella. Segundo, desea verse automáticamente libre de todo sufrimiento. Este pensamiento ‘mágico’ exige algún tipo de ceremonia, oración o ritual que modifique su realidad rápidamente, sin explicaciones ni esfuerzos personales.

Si bien reconocemos el poder sobrenatural de la oración, nos negamos a orar como sustituto del trabajo y el sacrificio. No es en la pasividad sino, en la lucha, que se obtiene la victoria. Jesús oró en el huerto de Getsemaní pero eso no impidió su sufrimiento en la cruz. Este aspecto debería enseñarnos a no refugiarnos en la oración como un medio para evitar el dolor sino, para ser fortalecidos en las pruebas de la vida a fin de salir victoriosos.

Dios siempre busca nuestro bien y no quiere que el sufrimiento nos dañe, pero muchas veces tiene sobradas razones para permitir que el dolor nos toque.

El anhelo de un milagro instantáneo parece ser la mejor alternativa de las voluntades débiles. Buscar una solución mágica es más fácil que trabajar para crear una realidad diferente.

“Querida Katia”, le dijimos. “Asumimos el compromiso de orar durante todo el tiempo que dure tu restauración. A menudo Dios actúa por procesos similares a las leyes naturales. La vida es un proceso: nacimiento, crecimiento, desarrollo y envejecimiento. Dios puede romper sus propias leyes y obrar milagrosamente pero, por regla general, Él no lo hace. Es más, creemos firmemente que Dios mismo ha abierto ese baúl de recuerdos reprimidos. Él está buscando tu sanidad auténtica. Él está implicado y comprometido con tu proceso de sanidad. La pregunta es: ¿vas a darle lugar o simplemente asumirás un papel de víctima? De tu respuesta depende tu futuro”.

Asintió con la cabeza dando a entender que se haría responsable de los cambios que debiera llevar adelante.

“Bien”, volvimos a decir. “Ahora vamos a darte algunos lineamientos generales que te ayudarán a superar el dolor. Lo primero que tienes que hacer es un cambio de vida. Te sugerimos la práctica de una actividad física al menos tres veces por semana, siendo lo ideal todos los días. Este no es un consejo sin sentido o dado al pasar. Hoy día se sabe científicamente que la actividad física, así como la risoterapia, originan cambios cerebrales por la liberación de beta-endorfinas que contrarrestan los efectos negativos de las crisis personales, sociales o familiares. La actividad física o la disciplina deportiva que elijas puede variar según tu gusto, pero debe ser sostenida en el tiempo y con una continuidad diaria de, al menos, cuarenta y cinco minutos”.

En ese momento interrumpe el discurso y nos aclara: “El psiquiatra me dijo lo mismo, pero yo no tomé el consejo”.

“Si no realizas los cambios necesarios, no esperes mejoría. Si no tomas los consejos que intentan protegerte; entonces, tu futuro no será mejor. Por otra parte, toda prueba u obstáculo a vencer permite la madurez si uno capitaliza las desventajas. Deberás descubrir cómo se hará efectivo este proceso, pero debes atravesar el dolor con el convencimiento de que la paz que sentirás será verdadera, auténtica y definitiva. La vida no es perfecta; siempre habrá errores y dolores, pero puedes vivir de manera gratificante y gozosa si así lo decides”.

En ese instante reconoció que depende en demasía de la aprobación de los demás y que, si bien es cierto que ama al Señor, muchas veces sirve en el ministerio para ser aceptada y aplaudida.

“¿Podrías limitar tus actividades ministeriales por algunos meses?”, le preguntamos con calma. “La culpa me carcome y la ansiedad no me permite dormir. Cuando hago cosas en la iglesia me siento útil y no pienso en mi dolor”, dijo rápidamente.

El servicio no es positivo si lo usamos para narcotizar nuestro propio dolor. Ello no implica que cuando estemos en medio de diversas pruebas o problemas debamos abandonar. La idea es sacar fuerzas de flaquezas, enfrentar el dolor y superar la crisis; no maquillarla con servicio o activismo.

Finalmente le explicamos que la medicación que tomaba era una especie de ‘muleta’. Le aclaramos que no queríamos que abandone el tratamiento sino, que tome los recursos espirituales en Cristo que le permitan sobreponerse al dolor; en otras palabras, que tenga una fe real y no teología estudiada.

“Querida Katia, el pasado está muerto. No permitas que tus recuerdos y sentimientos regresen a ese tiempo”, fueron nuestras últimas palabras.

¿Te identificas con Katia?

 

¿Has sufrido alguna experiencia dolorosa? Rompe esa imagen. Olvídala. No hables más de eso. No le des importancia. En vez de relatar o explicar tu pasado, enfrenta tus miedos y resuelve tus conflictos. Sacúdete de la frustración. No viajes por la vida con heridas sin sanar. No permitas que esos momentos tristes se conviertan en tu lastre. “Ir hacia atrás es vivir atrasando la vida. Ir hacia atrás no es ir hacia delante. No se puede vivir en eterna reversa. No debes vivir así. No es bueno, no es justo, no es saludable y, es más, no es un buen negocio. Atraparás lo nuevo sólo cuando te hayas sacado de encima lo viejo. Bueno o malo, están en el ayer y el ayer no está en ninguna parte, sólo en tu recuerdo”, Omar Herrera.

¡Vamos! Olvídate de los malos momentos. Aprende a reír más de lo que lloras; a cantar más que a gruñir. Nada de lo vivido puede cambiarse. No te preguntes cómo habría sido aquello si…, porque no existe sabiduría en ese cuestionamiento. Nada, absolutamente nada del pasado puede ser modificado. Así ocurrió y ya fue. Si toda esa energía que empleas para focalizarte en algo muerto la emplearas para planificar tu presente, sin lugar a dudas que serías más efectivo en todo lo que te propusieras. Es hora de cambiar. Concéntrate en el hoy. Date una oportunidad para vivir de verdad. Lo bueno de Dios te está esperando. Dios ha preparado de antemano buenas obras para que andes en ellas todos los días, Efesios 2:10.

 

“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”, Romanos 8:38-39. Observa que Pablo no dice nada del pasado. Tu pasado no sanado podría estorbar tu relación con Dios. En otras palabras: ¡tú podrías ser tu peor enemigo!

El pasado no resuelto podría hacerte perder innumerables bendiciones. Juan 20:24 dice: “Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino”. ¿Por qué no estaba Tomás con el resto de los discípulos? Posiblemente estaba llorando su tristeza en soledad. “En su melancolía algunos creyentes que tienen a un Cristo muerto, no van a la iglesia y pasan sus días de reposo evitando la adoración colectiva con el resto de los creyentes aburriéndose somnolientamente. Sea como fuere, en cualquier caso, se pierden, como Tomás, un buen sermón. ¡Si sólo hubiese sabido que tal disertación habría de ser pronunciada esa noche! Uno nunca sabe cuándo llegarán cosas buenas y la única manera de estar seguro de obtenerlas es estando siempre en nuestro debido lugar”, Alexander Bruce.

Cuanto más llores tus miserias, cuanto más tiempo viajes con tus desgracias a cuestas, cuanto más permanezcas quejándote por tus problemas y cuanto más tiempo convivas con tu dolor, se tornará más difícil superar los fracasos y aprovechar las oportunidades que la vida te ofrece. Extender la temporada de lágrimas no resolverá tu conflicto, lo profundizará. Llora, pero no llores toda la vida. Preocúpate, pero no demasiado. Sufre, pero sólo por un rato. Asimila el golpe y vuélvete a parar. Duerme en medio de tus tormentas. Siéntate encima de tus ruinas y canta tu mejor canción. No llores tu fracaso, transfórmalo en la antesala de tu más grande victoria.

¿Existe algún recuerdo negativo al que rindes ‘adoración’ una y otra vez? ¿Qué harás con él a partir de lo que has leído?

¿Asistes regularmente a la iglesia? No olvides que Tomás se perdió el mensaje inaugural del Cristo resucitado porque estaba demasiado ocupado en lamentar su tristeza y dolor. ¡Asegúrate que no te suceda lo mismo!