A esta edad, quiénes inician la conversación y los tiempos de comunicación son el padre o la madre. Nunca presione con la finalidad de dar un sermón; sus hijos leerán su intención y no lo escucharán. Los adolescentes, generalmente, se cierran y huyen si queremos decirles qué hacer.
La idea de los tiempos de charla es ver cómo se sienten, compartir cómo estamos nosotros, hablar con sinceridad y, si cabe y ellos lo permiten, sugerir con preguntas algunos modos alternativos de abordar una misma situación. El objetivo es estimular en ellos la capacidad de pensar y, en nosotros, de aprender.
Claro está que existen diferencias, pero no en cuanto a lo que vamos a compartir ahora. La próxima vez que vaya a una perfumería, farmacia o supermercado observe la cantidad de productos destinados a “la higiene íntima femenina” (talcos, lociones, desodorantes, toallitas o protectores con perfume, etc.). Lo llamativo es que no existen desodorantes íntimos para los hombres. ¿Acaso no generan olores? Aquí está la diferencia fuera de toda razón. En otros tiempos y para otras culturas, los genitales femeninos eran sucios, de ahí la circuncisión femenina, el ocultamiento, etc. Pero con los avances de la sexología se sabe que no es así. Es más, los productos cosméticos íntimos no son aconsejables porque cambian el pH de la vagina y crean infecciones. Sin embargo, debe haber muchas usuarias para que la industria siga produciendo tanto. Este doble discurso es lo que provoca en nuestras mujeres vergüenza por sus genitales o por su sexualidad, idea nacida y transmitida en primer término por su familia.
¿Qué recuerda de su propia familia? ¿Existía alguna limitación para una mujer que estuviera menstruando? ¿Se podía bañar, lavar el cabello o hacer deportes? ¿Alguna limitación al hombre por haber experimentado un sueño húmedo? ¿Qué otros mitos contaban con mucha popularidad en su familia?
Enseñe siempre recordando que la Biblia enseña que el sexo es un “don” o regalo de Dios. Génesis 1:27.
Extraído del libro “Niños con futuro”
Oriente durante la etapa de indefinición sexual
Durante la pubertad existe un tiempo que se denomina de “indefinición sexual”. Es normal que un joven se sienta mucho mejor con alguien del mismo sexo porque se siente comprendido, puede hablar sin tapujos y contarle cosas íntimas. Durante este período de la vida se crean las amistades más fuertes, a prueba de todo y, muchas veces, para siempre.
Es entonces cuando, por sentirse tan unido con el otro, empiezan los miedos y las preguntas: “¿seré bisexual?”, o “quiero tanto a mi amigo, ¿seré homosexual?”.
Pero eso no es verdad. La adolescencia es una etapa de crecimiento y cambios, cuando la amistad se siente muy fuerte. Como padres y educadores debemos llevar paz, para sustituir con confianza esos pensamientos que perturban.
Considere, no todos los adolescentes son iguales
Una gran cantidad de adolescentes se sienten inadecuados. En el caso de los varones, a pesar de que se reconocen como hombres, no se sienten bien con el papel esperado para ellos. De la misma manera, algunas mujeres no se identifican con los roles convencionales para ellas. Y entonces viene la confusión: un varón al que no le gusta el fútbol o otro deporte rudo, que ama la música y la poesía, que es tranquilo y suave, tarde o temprano va a preguntarse “¿no seré homosexual? ¿Qué me impide ser un hombre normal?” O la mujer que es emprendedora, que disfruta de los deportes, que es directa y frontal piensa si acaso ella no tendría que haber sido hombre y si, encima, fracasa en una relación sentimental, reflexiona acerca de si no será lesbiana. Debemos enseñar que no ser lo esperado como hombre o mujer, según los cánones imperantes en la sociedad, no significa que vaya a convertirse en homosexual o bisexual.
Como padres seamos portadores de aceptación. Llevemos tranquilidad y otorguemos seguridad para que crezcan libres de todo temor.
UNA HISTORIA DE GRAN AMOR
Hace tiempo, un hombre castigó a su niña de seis años por desperdiciar un rollo de papel color dorado. El dinero era escaso en esos días, por lo que explotó en furia cuando la vio tratando de envolver una caja para ponerla debajo del árbol de Navidad. Sin embargo, la niña llevó ese regalo a su padre a la siguiente mañana y le manifestó: “Esto es para ti, papito”. Él se sintió avergonzado por la mala reacción que había tenido antes, pero poco le duró el buen humor. Al abrir el paquete, se dio cuenta de que la caja estaba vacía y gritó con rabia: “¿No sabes que cuando das un regalo, debe haber algo adentro?”.
La pequeñita miró a su padre temblando de miedo y, con lágrimas en los ojos, le dijo: “Oh papito, no está vacía, yo soplé muchos, muchos besos adentro de la caja y todos son para ti, papi”. El padre, entendiendo su grave error, puso sus brazos alrededor de ella y le suplicó que lo perdonara.
Quienes han visto envejecer a este hombre, cuentan que guarda esa caja dorada al lado de su cama y, siempre que se siente angustiado, abre la caja, saca un beso imaginario y revive todo el amor que su hija le ha regalado.