Los sufrimientos que curan

Tiempo atrás leímos un libro llamado Perfume de Lágrimas. El título del primer capítulo me hizo pensar: La enfermedad es el mejor tratamiento. Detente un instante y vuelve a leer la frase. El autor sugiere que el sufrimiento no siempre es la consecuencia de un pecado; y estamos de acuerdo. No siempre es juicio, castigo o disciplina. A veces, el sufrimiento resulta ser la medicina para nuestra enfermedad.

 

La fiebre o el dolor de alguna parte del cuerpo podría ser el primer síntoma de una enfermedad pero también implica la respuesta del sistema inmune. Las defensas del propio cuerpo se han activado para restaurar la salud. El sufrimiento activa el proceso de sanidad. Quizás sea esta la interpretación del texto bíblico “prueba de fuego”. Es el proceso por el cual se elimina la escoria y se purifica el oro. “Tú, oh Dios, nos has puesto a prueba; nos has purificado como a la plata”, Salmo 66:10 (BAD). “El oro y la plata se prueban en el fuego; nuestras intenciones las pone a prueba Dios”, Proverbios 17:3. Zacarías 13:9 dice: “Pero a esa parte restante la pasaré por el fuego; la refinaré como se refina la plata, la probaré como se prueba el oro. Entonces ellos me invocarán y yo les responderé. Yo diré: “Ellos son mi pueblo”, y ellos dirán: “El Señor es nuestro Dios”’, BAD. Por su parte Isaías 48:10 es más gráfico todavía: “Yo los limpié de su maldad por medio del sufrimiento, y no lo hice por dinero”, TLA.

 

Por todos estos y otros pasajes deberíamos entender que el sufrimiento funciona como un ‘horno’ capaz de separar lo precioso de aquello que carece de valor.

Esta forma de ver el sufrimiento es muy diferente a la que conocemos. En este sentido, el sufrimiento está dispuesto para el bien de todos los que amamos a Dios, de los que hemos sentido su llamado y deseamos cumplir sus propósitos (Romanos 8:28). Tenemos suficiente base bíblica para pensar que Dios permite que el sufrimiento llegue a nuestras vidas y es Él mismo el que se encarga de curarla: “Y la luz de la luna será como la luz del sol, y la luz del sol siete veces mayor, como la luz de siete días, el día que vendare Jehová la herida de su pueblo, y curare la llaga que él causó, Isaías 30:26.

Lee con detenimiento lo que dice el profeta Oseas: “¡Venid, volvámonos al Señor! Él nos ha despedazado, pero nos sanará; nos ha herido, pero nos vendará”, 6:1 (BAD). Como lo dijera Gastón Zoroastro: “Este punto de vista es el más difícil de aceptar, es la misma mano que hace la llaga la que la cura, la misma que hace la herida es la que la venda”.

 

El autor sigue diciendo: “Si el sufrimiento lo aceptamos como un tratamiento de restauración divina, nos vuelve sensibles y puros como los niños, maduros y profundos como los sabios. Si en cambio nos colocamos en posición de víctimas, nos volvemos insensibles, quejosos, amargados y cínicos, y finalmente llenos de resentimiento”.27

 

El sufrimiento debería ser aprovechado para refinar nuestro carácter y hacernos absolutamente dependientes de Dios. Produce paciencia, fe y esperanza. Alguna vez alguien dijo con mucha razón: “Grandes crisis producen ‘grandes hombres’ y grandes obras de valentía”.

 

El sufrimiento se convierte en la escuela de Dios para hacernos vulnerables, llevándonos a reconocer nuestra insuficiencia y a creer que solo Dios puede cambiar cualquier situación adversa. Además, los sufrimientos podrían ser el medio que Dios usara para bendecir a otros. Billy Graham lo dijo así: “Nuestros sufrimientos puede que sean difíciles de soportar, pero nos enseñan lecciones que nos capacitan para ayudar a otros”.

 

¿No usó Dios el sufrimiento para empujar a su iglesia fuera de Jerusalén? “En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén: y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y Samaria… Los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio”, Hechos 8:1 y 4. Un viejo adagio dice: “Si no salen por amor, saldrán por dolor”. Lejos de apagar el fuego, éste se extendió más y más.

 

Dios había prometido bendecir al pueblo de Israel para que ellos bendijeran al mundo, Génesis 12. Todo lo que Dios les regalara debía ser compartido con otros. Pero el interés de los discípulos de Cristo no estaba puesto en los demás. Estaban interesados en recuperar el “reino del confort” que una vez tuvieron como nación. Anhelaban las bendiciones de Dios para ellos mismos. Se creían los únicos “favoritos de Dios”. Jesús les pidió que el evangelio llegue a los confines de la tierra, y después de varios años, el evangelio no había salido siquiera de Jerusalén. Entonces, estalla la persecución y son dispersados, precisamente por los lugares a los que Jesús quería que fueran desde el principio. “A veces hace falta un poco de sufrimiento para llevarnos a hacer lo correcto”, Rob Bell.

 

La historia ha demostrado que la iglesia perseguida es una iglesia que crece. En el año 1949 se desató una gran revolución en China. En ese tiempo, la iglesia contaba con sólo un millón de creyentes en una nación de más de mil millones de personas. Los misioneros extranjeros fueron expulsados, las imprentas confiscadas, los templos clausurados y miles de cristianos fueron martirizados. Corrió mucha sangre inocente. Cerrada a las misiones, y no habiendo pasado más de sesenta años, la iglesia subterránea en China ha crecido sesenta veces su tamaño, y todo ello, sin imprenta, misioneros ni medios de comunicación.

 

Las pruebas por las que tenemos que atravesar sacan a la luz los aspectos más recónditos de nuestro carácter que no conocemos, impurezas encubiertas por ingenuidad, fallas tapadas por aciertos o debilidades ocultas en fortalezas.

 

La misma piedra que para algunos es obstáculo y no pueden sortear, y hasta se golpean; a otros, le sirve como plataforma de despegue y lanzamiento, y los hace volar.

 

Desde el dolor inmenso por una pérdida, en medio del sufrimiento de la peor crisis, o en el fondo del fracaso más rotundo, puede verse a Dios directamente, y esto nos cambia a nosotros y, por ende, a nuestras circunstancias maravillosamente. José pudo exclamar: “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente”, Génesis 50:20 (NVI).

 

Decimos mal cuando afirmamos que Dios actúa “a pesar de” ciertas personas o circunstancias; tenemos que empezar a proclamar que es “a través de” ellas que Dios se sirve y cumple su propósito. O sea que, el sufrimiento no solo es condición de posibilidad, sino también oportunidad y ocasión de una revelación fresca y nueva del rostro de Dios. “Toma en cuenta mis lamentos; registra mi llanto en tu libro. ¿Acaso no lo tienes anotado?”, Salmo 56:8 (BAD). Dios está recogiendo y contando cada una de nuestras lágrimas, guardándolas en frascos de perfume, transformándolas en fragancias que superan lo mejor del perfumista, pues son aromas del cielo que nos deleitarán a nosotros y a los que nos rodean. ¡Gloria a Dios! Nuestras lágrimas sanan porque Dios se encarga de ello.

 

Extraído del libro “Lágrimas que sanan”