Lo que cada padre debiera saber

El primer gran temor de todos los padres es: “¿si doy información excesiva y despierto la curiosidad por cosas para las que todavía mis hijos no tienen edad?”

Cuando una persona equilibrada asume un tema delicado como éste, las probabilidades de dar cantidad excesiva de información son casi nulas.

A modo general, sugerimos que usted conteste lo que le preguntan; no retacee la información, pero no sea excesivamente detallista con elementos que pueden resultar confusos o mal interpretados.

El siguiente espacio está destinado a trabajar algunas actitudes en su propia persona. Son principios rectores para que los asimile con su mente y los practique en la vida diaria, no solo en el ámbito de lo sexual, sino en el más amplio sentido de lo que significa enseñar:

  1. Sea “preguntable”

Los padres que sienten recelos hacia lo sexual y temor de hablar, ‘llamativamente’, tienen hijos que ‘nunca’ preguntan. Por ende, ‘nunca’ se encuentran los momentos en los que se puede dialogar o enseñar.

Tenga en mente que la educación es un proceso gradual que se prolonga a lo largo de los años. Usted no puede enseñar a sus hijos todo en la vida con una sola charla. No aprenden a ir al baño, comer o hablar con una sola vez que les indiquemos cómo hacerlo. Con la sexualidad ocurre lo mismo. La educación sexual constituye un aspecto importante para que sus hijos se transformen en personas adultas y sanas. Mantenga una actitud abierta, positiva y de superación propia.

No sermonee ni utilice lo que ellos le cuentan en confidencia para retarlos o para hacerles chistes. No volverán a preguntar ni a confiar y es lógico que así suceda.

  1. Aborde el tema con naturalidad. No lo magnifique ni lo niegue

En los primeros años de vida de sus hijos, las intervenciones deben ser preventivas, sin ser alarmistas. Se debe educar acerca del cuidado del cuerpo y de la integridad sexual sin infundir miedos que limiten la vida o cercenen la libertad. Le damos un ejemplo: una mamá deseaba que su hija fuera precavida con las personas que no conocía, por miedo a que alguien intentara abusar de ella, porque ésa había sido la experiencia de la madre en su propia niñez. Pero no se percató de que lo que transmitía era su carga de angustia. La nena de 4 años, después de unos meses, no quería ir al jardín ni jugar con nadie; lloraba y se quedaba cerca de su madre todo el tiempo.

Nuestros hijos olvidarán mucho del discurso hablado, pero recordarán nuestras actitudes. Revea si usted tiene temores. Quizá una historia personal de abuso o maltrato interfiera en la forma de enseñar. Si ése es el caso, acuda a un consejero o profesional que entienda en el tema. Superar ese trauma será de gran bendición para todos. Si no desea hablar con nadie al respecto, lea los capítulos 5 y 6 del libro Sexualidad Sana, Liderazgo Sólido. Allí damos consejos que, sin lugar a dudas, lo ayudarán.

  1. Responda con la verdad

Sea concreto. Evite irse por las ramas o recitar un sermón. Use el sentido común. Conteste lo que preguntan. Cuando su hijo se ‘desconecta’ y deja de prestar atención, es el momento de terminar con el discurso.

No intente parecer gracioso. Algunos padres, en el momento en que sus hijos interrogan acerca de algo sexual, le juegan una chanza. Inocente, pero inapropiada. Este tema está estigmatizado por las bromas de doble sentido y los discursos con picardía que no necesitamos agregar. Es más, sin que nadie les enseñe, alrededor de los cuatro a cinco años, sus hijos entienden que el sexo es motivo de risa y de chistes ‘sucios’. Aun cuando no conozcan el significado de la broma, se reirán intuitivamente.

En lo que respecta a su rol de educador, asuma la responsabilidad hablando con naturalidad y toda la verdad.

  1. Potencie el pensamiento creativo

No cercene con palabras negativas. No importa lo que su hijo pregunte, sea de sexualidad o no, respete la manera en que se expresó y, si es necesario, corrija con amor. El buen trato reafirma la autoestima e incrementa las capacidades potenciales en ellos. Cada niño es distinto, usted lo sabe; pero quizás pierda de vista que, como padre o madre, tiene el increíble privilegio de descubrir todo ese tesoro escondido en sus hijos.

Otra razón para potenciar el pensamiento creativo es capacitarlos para hacer frente a las situaciones imprevistas de la vida, sin desesperarse.

Muchos padres intentan arreglar los problemas por sus hijos. Eso no es saludable; aunque les dieron la vida, no podrán vivirla por ellos. En lugar de ser usted la solución, déles herramientas para que ellos encuentren la salida.

  1. Introduzca a Dios en escena

Usted puede enseñarles muchas cosas, pero no obligarlos a aprender. Podrá guiarlos, pero no responsabilizarse por lo que ellos hagan. Podrá instruirlos en cuanto a lo bueno y lo malo, pero no decidir por ellos. Podrá darles amor, pero no obligarlos a que lo acepten. Podrá aconsejarlos sobre las buenas amistades, pero no escogérselas. Podrá decirles que el alcohol es peligroso, pero no decir “no” por ellos. Podrá exhortarlos en cuanto a la necesidad de tener metas altas, pero no alcanzarlas por ellos. Podrá amonestarlos en cuanto al pecado, pero no hacerlos personas morales. Podrá hablarles de Jesús, pero no podrá hacer que Jesús sea su Señor. Podrá educarlos acerca del sexo, pero no mantenerlos puros. Finalmente, usted podrá explicarles cómo vivir, pero no podrá darles vida eterna. Por eso, ore, bendiga a sus hijos y haga a Dios partícipe en la tarea de crianza. ¡Dios hará lo que usted no puede!

  1. Favorezca la autonomía

A medida que nuestros hijos crecen en edad, deben aprender a relacionarse con el medio que les rodea de manera más autónoma. El problema para alcanzar esta meta radica en la propia historia de los padres. Cuando alguno de los progenitores, en su propia niñez, ha sido víctima de abuso sexual, abandono, maltrato físico o psicológico, tiende a volverse sobreprotector de sus hijos, asfixiando todo intento de emancipación. Si usted reconoce que éste es su caso y que, sin quererlo, es demasiado protector, busque ayuda primero en su cónyuge. Si se ponen de acuerdo y pueden pautar cómo criar a los hijos, esa ayuda ‘extra’ puede ser el primer escalón para superar los propios temores. Si esto no da resultado es necesario acudir a sus líderes o algún consejero profesional para establecer cambios paulatinos que lo ayuden a ir sanando los recuerdos del pasado, fuente de angustia e inseguridad, a fin de vivir el presente de una manera más libre.

  1. Ejerza la no violencia
  2. Escuche a sus hijos
  3. Sea enseñable

Los niños tienen mucho que enseñarnos, o, lo que parece ser igual, nosotros tenemos mucho que aprender de ellos.

  1. Afírmelos siempre
  2. No minimice el poder de las palabras

Todo padre tiene dentro de sí mismo un poder extraordinario, que puede ser usado para bien o para mal. Ese poder radica en la palabra hablada. Las palabras están llenas de poder; poder para hacer bien o poder para hacer mal. Tan grande es el perjuicio que podríamos cansar e irritar a Dios: “ustedes han cansado al Señor con sus palabras…”, Malaquías 2:17.

¿Qué clase de palabras irritan a Dios? Las palabras negativas: “nuestro Dios ya está cansado de sus quejas”, Malaquías 2:17, BLS.

Tenemos que arrancar de nuestro vocabulario palabras y frases que no están de acuerdo con Dios. Debemos cambiar la forma negativa de hablar y creer firmemente en las promesas de Dios.

Marcos 11:23 dice: “Cualquiera que dijere… y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho”, Marcos 11:23.

“Cualquiera que dijere…”, resalta el hecho de que Jesús le habló al árbol y lo hizo en voz alta, pues sus discípulos lo escucharon. Nada sucedió en ese instante. La palabra hablada tuvo efectos a la mañana siguiente, cuando encontraron la higuera totalmente seca.

La palabra hablada tiene vida y produce efectos aunque no veamos el resultado inmediatamente. La palabra tiene poder para hacer cosas, aun en las personas.

Un ejemplo bíblico lo constituyen Jacob y Esaú, que lucharon por la bendición de su padre Isaac. La historia cuenta que ese padre quería bendecir a Esaú, no a Jacob; pero fue engañado y envió una palabra de bien sobre el hijo que no quería. Cuando se percató de ello, ya no podía hacer nada. No podía traer la palabra de vuelta. Había sido enviada, estaba actuando y nada podía detenerla.

Suelte palabras buenas sobre sus hijos cada día. Bendiga a su cónyuge. Bendiga su trabajo, su empresa y su negocio. Bendiga la iglesia y la ciudad. No sea escaso. ¡Hágalo! Usted tiene el poder para hacerlo.

 

Extraído del libro “Niños con futuro”