Todo empieza con el noviazgo

El matrimonio no es un reformatorio. Uno no se casa para corregir al otro. Si alguien abriga la esperanza de que su pareja deje de beber, drogarse o de golpear y agredir por el hecho de que se case, está en un problema muy serio. Por regla general, lo malo tiende a acrecentarse después de la ceremonia.

Las razones más frecuentes por las que el matrimonio fracasa son:

 

1. Elección equivocada.

De todos los factores que influyen en el éxito de una relación, el más importante radica en una elección satisfactoria. Muchas cosas podrán mejorar un matrimonio, pero ninguna sustituirá la buena elección. Elegir correctamente es el elemento más importante para un matrimonio feliz. Hará la vida mucho más cómoda y placentera. La elección determinará el nivel de éxito o de fracaso.

El secreto para un matrimonio que funciona es la similitud. Cuanto mayor sea la compatibilidad entre dos personas, mayor el grado de satisfacción. En contraposición, cuanto menos puntos en común tengan, más difícil será la convivencia. En otras palabras, deberán trabajar más para tener una relación armónica.

De todas las recomendaciones que podemos darle, hay una que es imprescindible: la compatibilidad de carácter. Se refiere a los valores fundamentales de la vida. El libro de Proverbios resalta vez tras vez la importancia de un carácter moral sano. Si usted es íntegro y la otra persona mentirosa y falsa, no habrá comunión duradera. Si usted es proactivo, diligente en su trabajo, pero su pareja perezosa, surgirán dificultades. Si usted cumple su palabra, pero su pareja rompe el pacto cada vez que tenga ganas, eso le romperá el corazón. No hablamos de distintos puntos de vista en cosas secundarias, estamos hablando de actitudes centrales que direccionan la vida.

2. Casamiento demasiado rápido.

Someta la relación de pareja a la prueba del tiempo. Avance lentamente hacia el matrimonio. Tiene muy poco que perder y, en cambio, mucho que ganar si desarrolla la relación de manera pausada a lo largo de un lapso prolongado.

Hay personas que, por querer dejar atrás su soledad, sus fracasos amorosos anteriores, sus conflictos familiares o sus sentimientos de rechazo hacia una ex pareja, arriesgan su futuro.

Muchas personas que viven situaciones actuales que les provocan angustia, miran el matrimonio como un escape eficaz; sin saber que bajo esa perspectiva el casamiento no es un atajo para resolver problemas personales sino que, a poco de comenzado, se convertirá en otro problema.

Casarse apurado o desesperado podría ser fatal. Nuestra cultura latina es machista. La mujer solo se realiza si se casa y cría hijos, mientras que el hombre puede desarrollarse en muchos aspectos sin que sea la familia su aspiración máxima. De ahí que un hombre a los treinta años puede ser “un buen candidato”, mientras que una mujer, a la misma edad, es una “solterona despechada”. Si ella cruzó la barrera de los 25 y todavía no se casó, comienza a recibir presiones: “¿qué pasa contigo, querida? ¿Cuándo te vas a casar? ¿No quieres formar una familia?” A medida que pasan los años, ella va rebajando sus expectativas. Aunque su ideal de amor se parecía más a un “Leonardo Di Caprio ungido”, ahora termina conformándose con lo que tiene a mano.

Emprender un matrimonio por desesperación, es la equivocación más grande de la vida. Es un suicidio en el plano afectivo. A menos que ocurra un milagro, el estar en pareja no agregará valor a su vida, ni le otorgará aceptación social. En definitiva, una relación iniciada por desesperación jamás hará feliz en forma perdurable a ninguno de los dos. Como dijo Neil Clark Warren: “es mucho más fácil entrar en una relación afectiva, que convivir por años en una que no satisface”.1

 

  • La inmadurez.

La Biblia guarda silencio acerca de la edad para casarse, así como de la diferencia de años que debe existir entre los esposos. El hecho corriente de que el hombre sea mayor que la mujer parece deberse a un mandato cultural más que a un factor biológico, dado que la longevidad femenina es mayor que la masculina.

Formar una pareja y constituir una nueva familia, no es cuestión de edad sino de madurez. Hay personas de 40 años que no han podido cortar los lazos emocionales con sus padres o emanciparse; y hay jóvenes de tan solo 20, que ya están listos para afrontar un compromiso tan importante como puede ser el casamiento.

¿Cómo saber si una persona es madura?

Algunas características:

  1. Ha desarrollado su propia identidad. Sabe quién es y qué quiere. Se conoce a sí mismo y tiene un buen concepto de sí. Reconoce sus valores y convicciones propias. Las personas inmaduras pasan todo el tiempo compartiendo superficialidades.
  2. Ha marcado un rumbo para su vida. Conoce sus metas. Quien no ha hecho planes para el futuro, ¿cómo podrá elegir a una persona compatible?
  3. Se ha independizado emocionalmente de sus padres. Los aprecia y tiene una buena relación con ellos, a la vez que muestra capacidad para tomar decisiones personales.

 

1. No conocerse lo suficiente.

Noviazgos a la distancia; visitas esporádicas; decisiones apresuradas. Una combinación explosiva para el fracaso. Estar enamorado no es suficiente. Usted debe conocer bien a la persona con la que desea compartir su futuro. No emplee su noviazgo solo para preparar los detalles de la boda. Use el tiempo sabiamente. La Biblia nos alerta a no equivocarnos a la hora de elegir la pareja. Dios no quiere que nuestros años se consuman en dolor y sufrimiento. Todo esto se evitará si toma tiempo suficiente para descubrir cómo es la persona con la que piensa casarse. Comprometerse sin haber compartido experiencias de vida juntos, sin haber enfrentado conflictos o situaciones difíciles, sin estar al tanto de los anhelos vocacionales de la pareja y de sus proyectos para el futuro, sin observar cómo se relaciona y cómo reacciona, es una buena fórmula para el desastre.

 

2. Falta de preparación.

Es más sencillo contraer matrimonio que ser recolector de residuos. Para ser basurero hay que tomar un cursillo de dos semanas, mientras que los enamorados no toman tiempo para aprender lo que implica el matrimonio. Lea algún libro con su pareja. Converse con él o ella acerca del futuro, de qué tipo de matrimonio desean, cómo lidiarán con los problemas, manejarán las finanzas o como buscarán soluciones cuando no logren llegar a un acuerdo. Oren juntos, busquen la dirección de Dios y el consejo de personas maduras. No desperdicien las observaciones de los que ven de cerca la relación: padres y amigos. No se muevan únicamente por la emoción, también usen el sentido común.

UNICEF afirma que al menos una de cada cuatro familias padece maltrato físico, emocional o sexual.2 Algunas personas tienen el “complejo mesiánico”. Creen que el amor que ellas prodiguen transformará a una persona violenta e irascible en dulce y apacible. ¡Mentira! La violencia es una conducta aprendida, elegida y sostenida en el tiempo. Es una elección voluntaria y pensada, ¿por qué se elige golpear a la esposa y a los hijos y no al jefe o al vecino? Si alguien es violento en el noviazgo no busque razones en la niñez, no justifique sus arrebatos y ni piense que su amor quitará la violencia; más bien la convertirá a usted en víctima de su ingenuidad. Quien maltrata a su novia en el noviazgo, lo hará aun más en el matrimonio. 

 

  • Persona vaga e irresponsable.

Dios siempre llama a su servicio a personas ocupadas, nunca a vagos. Jesús mismo dijo: “mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. El trabajo es una bendición y el mostrar diligencia es una marca del carácter cristiano. La holgazanería y la indisciplina son condenadas en la Biblia. Proverbios dice: “perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir?…un poco de sueño, un poco de dormitar… así vendrá tu necesidad como caminante y tu pobreza como hombre armado…”, Proverbios 6:9-11. Si alguien sistemáticamente no consigue trabajo o tiene problemas en el área laboral, no espere que cuando se case vaya a convertirse en emprendedor, proveedor o responsable. El matrimonio no tiene ese poder y su cariño tampoco.

 

  • Ausencia de atracción física.

El comienzo del noviazgo significa algo especial. Existe una euforia anormal. Cada uno está emocionalmente obsesionado con el otro. Un buen matrimonio es difícil sin la emoción y atracción que surgen del enamoramiento. Ahora bien, es posible que esa subida emocional profunda llamada enamoramiento no haya existido al comienzo de una relación entre un hombre y una mujer. Hay muchos matrimonios que nacieron simplemente con una amistad. No existieron sentimientos apasionados, salvajes y descontrolados al principio de la relación, pero sí se fueron gestando gradualmente a medida que la relación crecía. El enamoramiento produce atracción física, indispensable para un matrimonio con futuro. No puede funcionar una pareja en la que sus integrantes no se deseen físicamente; no deseen abrazarse, besarse y expresarse sexualmente.

 

1. Genética espiritual diferente.

“No se unan en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?”, 2ª Corintios 6:14. En otras palabras, noviazgos desiguales, matrimonios fracasados. 

En los tiempos bíblicos los campesinos ponían yugo a pares de animales para que juntos araran la tierra. Obviamente, los animales debían caminar en la misma dirección y tener aproximadamente el mismo tamaño y fuerza para que funcionara la yunta.

Unirse en yugo desigual es como querer ayuntar a un elefante con un ratoncito, ¡imposible!

Algunas personas no dimensionan el valor de compartir la vida espiritual hasta que están casados; entonces, ya es tarde. Una mujer nos relató que, omitiendo todos los consejos, se casó con un maravilloso hombre, pero incrédulo. Después de años de casados, su relación se ha deteriorado tanto que solo queda dolor. No pueden compartir cosas importantes, ella ha crecido en el Señor, él ha endurecido más su corazón. Con lágrimas cuenta que cuando acuesta a los niños y ora por ellos, él se burla. Sabe que, en la adolescencia, probablemente sus hijos, motivados por la conducta de su padre, terminen burlándose también.

Piense en su futuro, ¿cómo hará para convivir con alguien que no entiende lo más importante de su vida? Usted ha sido hecho hijo de Dios, tiene una eternidad por delante y un vivo deseo de agradar al Señor. ¿Cómo podría compartir un futuro con alguien que mira con indiferencia aquello por lo cual usted lo daría todo?

Un ejemplo bíblico desafortunado de yugo desigual es el de Sansón, quien buscó esposa entre las mujeres filisteas, en oposición a la voluntad de Dios y el consejo de sus padres, Jueces 14:3.

 

Sin embargo, las consecuencias más graves en la vida de Sansón vinieron por no aprender de esa experiencia. En su segunda relación, también desigual, los problemas fueron más graves. Sansón fue traicionado y entregado por su propia esposa Dalila, Jueces 16:18-19. Perdió la familia, la libertad, los ojos y hasta la vida.

Sansón estaba destinado a ser un libertador y terminó siendo esclavo. Nunca pudo alcanzar su destino y el propósito que Dios tenía para él. ¡Sansón pagó un precio demasiado alto por sus decisiones equivocadas!

 

2. Para agradar a los padres.

Los padres ejercen tremenda influencia en las decisiones de sus hijos.

Anécdota personal de José Luis: “cuando yo era adolescente soñaba con la posibilidad de ser periodista deportivo, más exactamente relator de fútbol. Me encerraba en la habitación y simulaba estar narrando las secuencias de un partido en el que mi equipo favorito, Rosario Central, ganaba por goleada. Soñaba con estar en los más grandes estadios del mundo relatando los partidos de nuestra selección nacional. Creía que tenía talento y una cuota de determinación extra para lograrlo. Pero a la hora de ingresar en la Universidad no pude resistir a la idea de que defraudaría a mi madre, quién deseaba verme transformado en un abogado. Torcí el destino de mi vida en el afán de complacerla y terminé convirtiéndome en un abogado. Ése es el problema de muchos padres que proyectan en sus hijos lo que ellos mismos nunca pudieron lograr”.

Como no queremos ser rechazados, muchas veces tomamos decisiones tratando de complacer las expectativas de otros.

En una charla que tuvimos con Miriam, nos comentó: “mi mamá quiere que me case con Gerardo” (un solterón de la iglesia). “¿Y ves a Gerardo como tu novio?”, le preguntamos. “Para nada, no es mi tipo”, contestó rápidamente. Como dijo Neil Clark Warren: “Los padres desean que sus hijos sean felices. Pero a veces los padres desean que los hijos los hagan felices a ellos. Aunque usted vivirá con su cónyuge a través de los años, muchas veces desean que se les permita a ellos tomar la decisión”.3 No estamos haciendo una apología de sus derechos para que se rebele contra sus padres. Pero usted es quien debe tomar la decisión, libre de toda presión. Nuestra sugerencia a Miriam fue la misma que queremos darle: no permita que nadie elija la persona con la que tendrá que acostarse cada noche por el resto de su vida. No importa a quién le duela o no le agrade. Al fin de cuentas, está en juego su felicidad. Recuerde que usted es quien forja su destino.

 

Extraído del libro “Sexualidad sana liderazgo sólido”

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