Dios no trae el dolor, pero tiene sobradas razones para permitir que él llegue a nosotros. En algunas ocasiones Dios permite que suframos. ¿Para qué? Para purificarnos. 1ª Pedro 1:6-7 dice: “…Alégrense, aunque sea necesario que por algún tiempo tengan muchos problemas y dificultades. Porque la confianza que ustedes tienen en Dios es como el oro: así como la calidad del oro se prueba con fuego, la confianza que ustedes tienen en Dios se prueba por medio de los problemas. Si ustedes pasan la prueba, su confianza será más valiosa que el oro, pues el oro se puede destruir. Así, cuando Jesucristo aparezca, hablará bien de la confianza que ustedes tienen en Dios, porque una confianza que se ha probado tanto, merece ser muy alabada”, TLA.
La recomendación es mantener la buena actitud, no por los problemas sino, a pesar de los problemas. Disfrutar del dolor por el dolor mismo es en sí una perversión; pero regocijarnos a pesar de estar sufriendo, convencidos de que Dios sacará algo bueno de lo malo que nos acontece es muy distinto, ¡eso es fe verdadera!
Otras veces el sufrimiento tiene el propósito de corregirnos o entrenarnos. Hebreos 12:5-6 dice: “… Hijo mío, no tomes mis correcciones como algo sin importancia. Ni te pongas triste cuando yo te reprenda. Porque yo corrijo… a todo aquel que amo…”. Dios permite que las dificultades se crucen en nuestro camino para prepararnos porque no existe progreso sin crisis.
Si estás pasando momentos difíciles no reniegues ni te desanimes, aprovecha esta oportunidad para crecer en el Señor y permite que Él moldee tu carácter a fin de hacerte más dócil. La Biblia nos cuenta que Cristo aprendió la obediencia a través del sufrimiento, Hebreos 5:8. En otras palabras, los dolores pueden contribuir a tu bien, si así lo decides. No protestes amargamente cuando las cosas se salen del cauce esperado. No te desconciertes cuando aparecen los problemas. Las dificultades, los peligros y las enfermedades pulirán tu carácter, mejorarán tu personalidad y reforzarán tu fe si permaneces en comunión con el Señor.
No es posible alcanzar el triunfo sin oposiciones, contrariedades y reveses. Lo determinante es utilizar esas adversidades para conquistar la victoria. Esfuérzate por encontrar la lección en cada crisis; capitaliza las experiencias. Luego, aplica lo que aprendes, mira más allá de la derrota y continúa caminando en el propósito de Dios.
En ocasiones, aparte de las circunstancias, Dios mismo coloca a nuestro alrededor personas difíciles con la intención de suavizar nuestro carácter. Verás que ellas no cambian ni desaparecen de nuestro camino. ¿Cuál es la razón? Dios trata con nosotros. Relacionarnos con esas personas nos permite crecer en paciencia y bondad asemejándonos a nuestro Padre Celestial. Ellas, aunque parezcan el enemigo no son el enemigo; son instrumentos en las manos de Dios para perfeccionar las virtudes cristianas y desarrollar los frutos del espíritu. No te frustres ni guardes rencor hacia esas personas difíciles. Aprende a pasar por alto la ofensa y otorga perdón. Si tú sigues molesto hoy por las mismas cosas que te molestaban ayer, entonces no has crecido demasiado. Deja de quejarte. Deja de rezongar. Abandona el hábito de lamentarte y no desperdicies tu tiempo dando vueltas y vueltas a un mismo asunto. Eso hizo el pueblo de Israel en el desierto.
Si dejas de criticar y refunfuñar entrarás en la heredad de la promesa. Cree en Dios. Él te está llevando a la tierra de la bendición y, mientras lo hace, puede que haya un poco de sufrimiento. Soporta. Sé moldeable, flexible y con disposición a cambiar. Y pronto, sí, más pronto de lo que imaginas, disfrutarás de lo que Dios ha preparado para ti.
La voluntad de Dios es que gocemos de la bendición de su compañía. Él nos quiere fuertes y vigorosos espiritualmente, proclamando la victoria y la sanidad integral. “…Yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas…”, 3ª Juan 2. Pidamos por el milagro, anhelemos ser sanos; pero, mientras tanto, permitamos que el Espíritu Santo trabaje en nuestras vidas porque para alcanzar y disfrutar de las victorias que Dios ya tiene preparadas según Efesios 2:10, necesitarás más amor, mayor alegría y mucha paciencia. La bondad, la humildad y el control de tu propia persona son requisitos indispensables para que, luego de alcanzada la meta, puedas permanecer en constante avance hacia nuevos niveles de bendición y comunión en el Señor.
Permite que el Espíritu Santo enjugue las lágrimas de cada día y, por cada una de ellas, haga surgir lo mejor de tu persona. Él puede hacerlo, Él quiere hacerlo.
Extraído del libro “Especialista en Restauración”