Restaurada para restaurar

“Los quebrantados a menudo se vuelven maestros en restauración”, Mike Murdock.

 

Estoy cómodamente sentado en la habitación de una cabaña, en Uruguay (escribe José Luis). Es domingo. He vivido una experiencia muy impactante. Sucedió esta mañana en medio de la charla, mientras mostraba los escalofriantes resultados de nuestras encuestas realizadas a jóvenes de iglesias evangélicas. He aquí algunas de ellas:

  • La forma más común de abuso sexual infantil es el incesto.
  • De cada 10 jóvenes, al menos 4 tuvieron experiencias sexuales negativas en la infancia.
  • El 94% de los abusadores son personas que el niño conoce (familiar, conocido o vecino).
  • Se necesitan 94 abusos para que se denuncie 1 y, de cada 10 denuncias, 9 terminan en la absoluta impunidad.
  • De cada 100 abusadores, 94 son hombres y 6 son mujeres.
  • La madre de la víctima suele ser la principal cómplice del abusador.
  • Por regla general, el niño abusado comenta el hecho a su madre, ésta no le cree y encima lo castiga.

 

Este último dato hizo que una mujer de más de sesenta años se pusiera de pie e interrumpiera mi discurso para comentar su propia experiencia de vida. “Me llamo Mary. Fui violada por mi tío a los cinco años y por mi hermano a los siete. Sufrí el abuso repetidamente hasta que tuve diez años. A esa edad, como estaba un poco más crecida, me defendí con un cuchillo grande de cocina. Le conté a mi mamá lo que el tío me hacía. No me creyó y me castigó duramente. Me dijo que era “malcriada y desagradecida” y me obligaba a llevar la leche que ellos vendían a la casa de ese tío, quien volvía a abusar de mí una y otra vez.

En la juventud me transformé en una mujer rebelde, llena de ira. Me entregué a Satanás. Estuve en sectas ocultistas. Tuve contacto con muchos espíritus, incluso algunos me poseían y yo me entregaba a toda clase de excesos.

A los veintiséis años ya era una mujer divorciada. Para mí los hombres eran todos iguales. Me aprovechaba de ellos, los maltrataba y cuando quería, los abandonaba. Recién a los cincuenta años pude hablar acerca de mi pasado por primera vez. Alguien me habló de Cristo y experimenté que Él era más fuerte que el diablo. Créanme, de verdad tiene mucho más poder, por eso le entregué mi vida y lo hice mi Señor y Salvador. Jesús me rescató de la miseria humana. Yo sé lo que es vivir en tinieblas. Pero hoy estoy completamente libre, por lo que puedo pasar al frente y hablarles a todos ustedes de cómo Dios libera a los que aceptan su amor. Fui restaurada. Estoy sana para la gloria de Dios”.

La gente comenzó a aplaudir de manera estruendosa. Se necesitaba valentía para contar algo tan íntimo; sin embargo ella pudo hacerlo y, por medio de su testimonio, abrió el camino para la restauración de otras personas. Mary es una mujer restaurada y enviada por Dios para restaurar a otros.

 

¿Has pasado por una situación similar? Tal vez no sea un abuso sexual, pero sí otro tipo de injusticia. Permitir que Dios sane el pasado es una sabia decisión. Dios es tu socorro; déjalo que te guíe en el camino hacia la libertad. Él conoce ese sendero.

No tengas miedo de lo que pueda pasar. Dios se encargará de tu causa, rectificará tus males y te colmará de bendiciones. Dios es especialista en crear ríos en medio de la sequedad o huertos en medio del desierto. Dios puede abrir caminos de esperanza en medio de tu agonía.

Existe una promesa bíblica para tu futuro y es de felicidad: “Bienaventurados (felices, dichosos) los que lloran porque ellos recibirán consolación”, Mateo 5:4. Traducido es: los problemas no duran para siempre. Dilo en voz alta: “Mi problema ya tiene fin”. Acostúmbrate a declarar con tu boca y creer con tu corazón que, cualquiera sea la dificultad, ésta ya tiene un día final.

 

No importa qué tan malas sean las circunstancias o cuán doloroso sea tu pasado. No importa cuántas personas digan que no podrás lograrlo o cuantas otras intenten destruir tus esperanzas, Dios tiene el poder de abrir fuentes de bendición que renueven tu alma.

 

Mary conocía el mundo espiritual por lo que rápidamente supo cuán fuerte era Jesús. Tal vez no hayas incursionado en el ocultismo y no comprendas cuán grande y poderoso es Jesús, pero el testimonio de esta anciana debe alentarte a llevar el dolor que te amarga y entregárselo a Él. En todos los problemas de la vida Dios trae consolación.

 

¿Has sido víctima de abuso, traición, infidelidad, dolor?

 

Solo tú puedes determinar si tus ayeres muertos afectarán tu presente o limiten tu futuro. Concéntrate con todas tus fuerzas en el hoy. Abandona el hábito de reflexionar demasiado acerca del pasado, es energía malgastada. Usa esa misma capacidad para proyectar tu futuro. Si mantienes tu enfoque en el hoy podrás descubrir las oportunidades que no aparecen publicadas en carteles luminosos; únicamente los iluminados las ven. Ese grado de iluminación no tiene que ver con la espiritualidad u otra característica personal sino con la capacidad de mantener la mente conectada con lo único que sí podemos modificar: el hoy, y con el único que puede intervenir sobrenaturalmente: el Señor.

 

La Biblia dice que todas las cosas ayudan para nuestro bien. Podríamos pensar que se trata de un buen consuelo para quienes están sufriendo algún problema. Pero quedarse en ese nivel de entendimiento es triste; empobrece. En realidad esta declaración tiene un poder extraordinario si captamos su verdadero significado. No dice que todas las cosas son o serán buenas, sino que todas cooperarán para nuestro bienestar. Dios tiene el poder de tomar todo lo malo y cambiarlo para beneficio nuestro y el de otras personas.

 

Génesis 50:20 registra una declaración muy peculiar de alguien que sufrió injusticias y calamidades. “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal”. Los propios hermanos tramaron el asesinato de José. Lo vendieron como esclavo, lo cual implicaba la desaparición de él como persona, como sujeto con derechos. “Pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente”. José no se rindió frente al mal recibido, creyó que ese no sería su final y que nadie le robaría la capacidad de pensar, elegir y soñar.

 

Llama la atención que una persona como José, con tantos años de intenso sufrimiento, estuviera siempre atento a las oportunidades de su presente. De esclavo pasó a ser el mayordomo de un importante funcionario; de prisionero a consejero real. Una cosa es la oportunidad y otra es tener las agallas para aprovecharla. Nadie que tiene la vista en el ayer puede reconocer las oportunidades y explotar sus posibilidades.

 

José en vez de centrarse en el dolor profundo, real y sostenido se focalizó en las nuevas cosas que llegaban a su vida. ¿Cómo lo sabemos? Cuando nacieron sus hijos en Egipto los nombres que les dio reflejan la sanidad de su corazón. “Y llamó a su primogénito Manasés, porque dijo: Dios me hizo olvidar mis sufrimientos. Y llamó al segundo Efraín porque dijo: Dios me prosperó en la tierra de mi aflicción”. El dolor para José fue una circunstancia, no el centro de su existencia.

 

José y Mary nos enseñan que es posible romper con las maldiciones, envidias y traiciones. Es posible dejar atrás el pasado, vivir con alegría el presente y recibir con confianza el futuro. Eclesiastés 3:15 afirma: “…Dios restaurará lo que pasó”. ¡Ése es nuestro Dios! Decláralo, créelo. Esta promesa es para que la tomes. ¡Si la crees, es tuya!

 

El mal no es tu final, el dolor no te seguirá hasta la tumba, los malvados que te dañaron no ganarán porque con la ayuda de Dios surgirá bondad, bendición y prosperidad sobre tu vida. Todo es posible si Dios está presente.

Si vieras tus miserias, dolores, traiciones e injusticias no como desventajas sino como el capital inicial de tus bendiciones futuras, podrías recibir lo bueno que está en camino. Vamos, olvida los errores del pasado y lucha por los grandes sueños de Dios en tu futuro.

 

Extraído del libro “Lágrimas que sanan”