No se puede ejercer responsabilidad cuando existe ignorancia

No se puede ejercer responsabilidad cuando existe ignorancia

Se suele decir que la sexualidad es algo natural y que “la naturaleza” se encargará de enseñar lo necesario, en el momento adecuado. Eso es asociar lo natural a lo estrictamente biológico. Sexualidad es mucho más que genitalidad. No educar es subestimar a los demás, negándoles el derecho a ser felices.

El Dr. L. Cencillo plantea con gran lucidez: “no se trata de que el hijo esté debidamente informado ‘para evitar los peligros’, sino que esté debidamente capacitado para no ser un neurótico ni un perverso y, por añadidura, para poder ser feliz en su existencia adulta”.2

El conocimiento es la base sobre la que se construyen actitudes y criterios significativos que posibiliten relaciones saludables. Información y educación son indisolubles. Cuando informamos, educamos.

 

Con un sexo se nace, pero la sexualidad se hace

Todo ser humano nace con un sexo determinado por la genética. No somos asexuados como los ángeles, pero tampoco ejercemos la sexualidad por instinto como los animales. Somos seres humanos en el sentido más cabal y absoluto. Contamos con un cerebro que puede discriminar y elegir entre distintas conductas.

Nuestro comportamiento sexual estará determinado, en última instancia, por las elecciones que hagamos.

La sexualidad, al igual que cualquier otro comportamiento, es susceptible de ser aprendida. Por tanto, como padres, podemos enseñar. El propósito de este material es aprender a enseñar.

La educación sexual no consiste en clases de anatomía, ni se limita a explicar los genitales. Educación sexual es la transmisión de los valores y las convicciones de los padres hacia los hijos, los sentimientos y, el tercer elemento, tan importante como los dos anteriores: la información, que debe ser veraz y actualizada.

Se suele creer que la educación sexual abre las puertas a un sinnúmero de enfermedades de transmisión sexual y de embarazos no deseados. Según investigaciones, las personas más informadas son las que postergan las experiencias sexuales y que, al practicarlas, son más responsables en su comportamiento. Algunos padres dicen: “décadas atrás no se hablaba del tema y no nos iba tal mal”. En parte, puede ser verdad, pero las cosas han cambiado. Vivimos en una sociedad hipersexualizada y fanatizada por el sexo. Hoy día los medios masivos de comunicación estimulan la práctica sexual libertina y sin compromiso. Eso es destructivo. Es urgente, por tanto, educar para un mejor futuro.

 

Beneficios del conocimiento

  1. Galli ha resumido las ventajas del diálogo con los hijos acerca de sexualidad:
  • Los estimula a realizar elecciones responsables.
  • Les otorga confianza en su proyección hacia el futuro.
  • Purifica la sexualidad de cualquier componente morboso.
  • Conduce a la correcta interpretación de los hechos, evitando prejuicios.
  • Satisface el deseo de conocer y sosiega la curiosidad.

En definitiva, el diálogo ilumina la inteligencia, suscita la reflexión y desarrolla el pensamiento y la sensibilidad. El diálogo en sexualidad es reclamado como necesidad en la sociedad actual que crece en aislamiento y carencia afectiva.3

 

Educación sexual no es enseñar cómo mantener relaciones sexuales

La educación sexual no es genitalidad, sino la enseñanza de todo lo que se relaciona con ser hombre o ser mujer. Muchos creen que “cumplieron con el deber” porque explicaron cómo son los genitales y “advirtieron” de los peligros de las enfermedades sexuales. Eso no es educación, es deformación. No ayuda al crecimiento, sino que lo detiene. Debemos enseñar sin manipular, sin crear culpas o inducir a temores.

«Silvana, de 34 años cuenta: creía que educación sexual era lo que escuché en el colegio. Un doctor nos mostró láminas de los genitales. Nos habló de las enfermedades y nos mostró fotos horribles de personas que padecían una ‘venérea’. Sentí mucha vergüenza y esa noche tuve pesadillas. A partir de ese momento, cada vez que hablaban de educación sexual, yo me decía para mis adentros: pasar otra vez por eso, ¡jamás!»

La educación sexual apela a la madurez de toda la persona. Entre otros beneficios, ayuda a que nadie, por ignorancia, sea víctima de otro individuo más astuto y malicioso. La educación sexual intenta sacar del oscurantismo un tema absolutamente humano y darle la humanidad que le corresponde. No es un tema del diablo, porque el creador de nuestro cuerpo es Dios. Tampoco es un tema de ángeles porque ellos son asexuados; pero nosotros, los hijos de Dios, tenemos una dimensión sexual asociada a nuestra identidad espiritual. Lo que usted es, lo es también en relación con su sexo. ¿Se imagina a sí mismo de otra manera que no sea como hombre o mujer? Nuestra identidad se funde con nuestra sexualidad; es innegable. De ahí la importancia de la educación sexual.

No diga: “yo no sé cómo enseñar, mejor que la escuela lo haga”

Hay padres que creen que necesitan “saber todo” antes de poder enseñar. Error.

Relájese, la vida es un continuo proceso de aprendizaje. Capacítese; mientras enseña, aprende. Los hijos necesitan que los padres validen la información que ellos reciben desde las fuentes diversas de educación informal (TV, amigos, chistes, etc.). Todos los niños expresan que necesitan dirección de sus padres en el tema sexual. La interacción entre los hijos y sus padres posibilita que los niños vayan integrando conceptos que les permitan crecer saludablemente en todas las áreas de la vida.

No vaya a pensar que, si usted no habla, ellos no aprenderán.

En cierta ocasión una madre expresó que jamás traería a su hija a una charla de educación sexual porque creía que era demasiado chica. Al preguntarle la edad de la hija, la madre, sin inmutarse, dijo: “dieciséis años”, a lo que le contestamos: “si usted logra que su hija de dieciséis años no escuche nada de sexualidad a través de otra fuente, entonces no la traiga. Pero usted no puede asegurar eso”. Los sociólogos dicen que un adolescente de catorce años sabe más acerca de sexualidad que lo que su abuela aprendió a lo largo de toda su vida, aunque haya tenido una docena de hijos. En otras palabras, la nieta le dice a la nona: “Abu, vení que te enseño”.

 

Extraído del libro “Niños con futuro”