Desechada por todos, elegida por Dios

Desechada por todos, elegida por Dios

 “Nunca se le debe decir a un niño que sus sueños son tonterías, porque si te creyera sería una tragedia, porque le estarías robando las esperanzas”, Anónimo. “Los años arrugan la cara, la falta de sueños arruga el alma”, Dale Carnegie.

 

Esta es la historia de una niña que fue arrancada de su hogar y vendida como esclava. Sí, así como lees, fue apartada de sus afectos para ser tratada como un mueble o un animal. Ella tenía sueños. Quería quedarse en casa, jugar con sus hermanas, casarse, formar una familia y tener hijos que fueran fuertes. Ella soñaba sueños que, para su condición actual, resultaban ser imposibles.

 

Cuando esta niña comprendió que era una esclava ya vivía en un hogar ajeno y servía como mucama en una familia que no hablaba su idioma, no compartía sus costumbres y no se emocionaba por nada que ella sintiera. Extranjera, de un pueblo despreciado, sin derechos ni futuro.

 

Las exigencias diarias eran excesivas y las alegrías pocas. Su vida fue opacándose con el transcurso de los años.

Cuando su cuerpo de casi niña se hizo joven, de hermosa e imponente belleza, de largos cabellos ondeados y una tez brillante al sol del desierto, su pureza y hermosura atrajeron una nueva calamidad. Otro sueño que se rompió en mil pedazos. Su corazón se deshizo con el dolor de una nueva injusticia.

 

Su ‘dueña’, al no poder tener un hijo propio, no tuvo la mejor idea que ofrecerla a su esposo, un viejo de ochenta y seis años, para que tuviera relaciones sexuales y así la familia disfrutaría de la presencia de un niño, producto de la vejación a una joven doncella. Nadie le preguntó si le parecía bien la idea de perder la virginidad con un hombre que podía ser su abuelo. A nadie le importó qué quería ella de su futuro.

 

Esa primera noche fue desagradable, su corazón se llenó de ira. Ella quería vivir su intimidad como cualquier mujer de su comarca, deseaba casarse, ser amada, no usada.

Las noches fueron pasando y el anciano seguía intentando. Él no se quejó de semejante tarea, ella no tuvo más remedio que callar.

 

Finalmente quedó embarazada. El rencor hacia su ‘dueña’ se transformó en arrogancia y ésta respondió con dureza y crueldad. La vida de la joven doncella, devenida a madre primeriza, se tornó un infierno. La única salida, pensó ella, era huir. “Aunque muera en el intento, cualquier cosa es mejor que esta vida infrahumana a la que estoy sometida”, dijo para sí más de una vez.

 

En los meses que corrieron por delante, con cada movimiento del bebé recordaba el sueño de tener hijos fuertes, que fueran sus compañeros, que la respetaran como madre y la amaran cuando ya fueran grandes. No pudo formar familia ni vivir el amor de la juventud; no supo lo que era enamorarse ni besar con deseo. No pudo elegir su compañero, su primera vez, su embarazo ni su futuro.

 

El intento de huida fracasó. Tuvo que humillarse y obedecer todas las órdenes, por más injustas, crueles o contradictorias que fueran. Sus días resultaban un lamento; sus noches, puro desvelo. El anciano no la molestó más, pero el solo recuerdo de ese triste pasado la atormentaba.

 

La soledad invadió su alma. Por primera vez lo único realmente de ella, su hijo, también pasaría a otras manos. ¡Hasta eso le sería arrebatado!

 

Parece la trama de una telenovela exitosa que agrega calamidades sobre la protagonista a fin de seguir cautivando al público televidente. Pero esta historia no es un guión de ficción, es real, a cada tramo y a cada paso. Génesis relata esta crónica de vida.

 

Desgracias como esta niña despojada de sus derechos básicos como ser humano pocos han sufrido. Siempre se piensa en Job y en los infortunios que le tocó vivir, pero esta jovencita en situación de máxima vulnerabilidad padeció lo indecible, fue objeto de humillaciones y vejaciones innombrables. Sin embargo, al leer su historia, casi al final, aparecen detalles que avizoran una tenue luz de esperanza. Pero antes de que mejoren las cosas con frecuencia empeoran.

 

Por años padeció como esclava y entregada sexualmente a un anciano. Finalmente fue echada sin más nada que un odre con agua a la voracidad del desierto. Pero fue justamente allí donde Dios la encontró. El propio ángel de Jehová, que es Cristo, dejó el cielo para hablar con ella.

 

Desechada por todos, elegida por Dios. A ella se le entregó una comisión propia de reyes y reinas. Se le pidió que sostuviera la mano de su hijo porque sería el origen de una gran nación. Dios vio en esta mujer una fuerza de espíritu que nadie estimaba ni reconocía.

 

No una familia, como había soñado. Ahora serían cientos de familias las que nacerían. No un hijo que la amara, sino una nación que la recordara. Si para ella hubo esperanza y esa esperanza se hizo cierta, existe esperanza para cualquiera sobre la faz de la tierra. No importan las adversas condiciones, interesa lo que Dios puede hacer con ellas. Las mezquindades y ruindades de todos los seres humanos nunca apagarán la llama del corazón más puro. El que puso los anhelos profundos en cada vida es el que quiere acompañar ese arduo proceso de cumplimiento.

 

Dios anhela que vivas en plenitud, que te sientas útil y feliz. No te arrincones a llorar tu amargura, elévala a Dios. No renuncies a los sueños que Él puso en tu corazón, acepta los cambios hacia nuevas formas de cumplimiento. No te resistas a los embates de la vida, transfórmalos en tus aliados. Nada de lo que te suceda podrá opacar los propósitos de Dios.

 

Si hubo esperanza para Agar e Ismael, hay esperanza para ti. Es muy impactante la forma en que presenta esta historia el propio Espíritu Santo. De Esaú, hijo de Isacc (Génesis 36) se detalla su familia en un acto puramente descriptivo; genealogía y nada más. Pero de esta pobre esclava no existe una somera descripción sino una verdadera narrativa con detalles propios de una historia de amor. Amor de Dios por una mujer desvalida.

 

De esclava a primera dama. De rechazada a señora de una nación. De amancillada a honrada por Dios, por su hijo y por las familias que de él vendrán.

 

Esta historia termina con una nota extraordinaria, una revelación de Dios percibida por los que están en inferioridad de condiciones, en opresión e injusticia.

 

Dios es el viviente que todo lo ve. No es un Dios impersonal, lejano y ajeno. Él es un Dios cercano, justo y siempre victorioso, que ayuda al afligido y da auxilio al menesteroso, que se complace en la justicia y que se levanta contra cualquier forma de impiedad. ‘Dios es el viviente que me ve’ fue la forma que eligió Agar para describir a Dios, ¡esa es la forma en que Él se dio a conocer! Bendita gracia, hermosa bondad.

 

Agar no se quejó de Dios, no se enojó contra Él. Solo aceptó la fatalidad de su destino como quien reconoce que ya nada puede perder. ¡Qué pobre corazón! Si existe una situación de total rendición, es la de Agar, mas el Dios de toda gracia la sostuvo y con su mano poderosa la levantó más alto de lo que jamás haya soñado en su vida. Recuerda, Dios es el viviente que te ve.

 

La nota final de este capítulo puede ser el inicio de tus mejores tiempos. Busca al Dios viviente que todo lo ve, cuéntale tus penas, compártele tu dolor. A cambio, Él te dará agua en medio del desierto y promesas de multitudes en medio de la soledad. Él no te dejará librado/a a la mala suerte o al mal comportamiento de los que te rodean. Él levantará tu rostro y te mostrará una realidad superior a tu mejor sueño. Así será porque así es Dios.

 

Extraído del libro “Lágrimas que sanan”