Restaurada para restaurar

Marcela evocaba su infancia con mucha pena; la menor de 5 hermanos, huérfana de padre a los 3 años, siempre enferma. Estuvo por años con tratamiento psicológico. Los profesionales le decían a su mamá que la pérdida de su padre a tan corta edad era la causa del trastorno que sufría su hija. Hace dos años la conocimos, trabajaba como maestra de niños en la iglesia; muy dedicada, pero inconstante. Sufría de dolores de cabeza, cólicos intestinales, gastritis, tendencia a la depresión, muy baja autoestima, entre otras manifestaciones. Se había realizado numerosos estudios médicos que demostraban que no había causa para sus síntomas. Nos reuníamos todos los jueves a orar por su vida. Una tarde ocurrió lo inesperado: en medio de un llanto que parecía provenir desde lo profundo de su alma, nos comentó el secreto que había guardado por largos años. Su hermano mayor, que era el encargado de cuidar a Marcela y sus otros hermanitos, había abusado durante años de ella. Los primeros recuerdos de su infancia no se relacionaban con su padre, sino con el abuso. Jamás lo había contado, no quería ocasionarle más dolor a su mamá. Había intentado olvidar, perdonar, pero nada daba resultado, por fin decidió romper el silencio.
Han pasado quince años desde aquella confesión y, tras un tiempo de asistencia y consejería en el tiempo posterior a la revelación de su secreto, hoy es una mujer vital, productiva, positiva y entusiasmada con la vida. Ha superado ese trauma. Ella misma se define como una mujer completamente recuperada.