La educación sexual comienza con el nacimiento. Debemos asumir que la educación sexual principia con la entrada del bebé en el mundo, por no decir antes.
La preparación de la habitación, de la cuna y de la ropa depende del conocimiento o no del sexo de ese hijo en particular. El rosa o el celeste; la elección del cuadro de fútbol; del nombre; de los juguetes; todo se relaciona con el hecho de si es nene o nena.
Educación sexual recibimos todos. Desde pequeños vamos absorbiendo la opinión que nuestra cultura tiene de lo sexual, a través de los medios masivos de comunicación, las conversaciones de nuestros mayores, los chistes de doble sentido, etc. Todo enseña.
Las personas no nacen ni heterosexuales ni homosexuales. La sexualidad se construye a lo largo de la vida con las elecciones personales que se van tomando.
Sexualidad implica lo que somos y cómo actuamos, incluye nuestra orientación, la identidad como hombres o mujeres, la forma de vestirnos, de relacionarnos con otras personas según la costumbre del lugar, etc. Este proceso se desarrolla a partir del nacimiento, no sobreviene en la adolescencia o después.
Quién de los dos padres debe enseñar. Es conveniente que ambos padres puedan relacionarse sanamente con sus hijos y charlar acerca de cualquier tema. Sin embargo, es posible que uno de los progenitores se sienta más cómodo para abordar la educación en sexualidad. Pueden tener entre mamá y papá una conversación en la que se pongan de acuerdo. El problema no es quién lo haga sino que lo hagan. Cuando los padres se separan antes de que el niño haya alcanzado los 4 o 5 años y, por ende, haya adquirido la constancia genérica, el niñito, si vive solo con su madre, suele llamarle papá al hombre que más se acerque a la casa y de él aprenderá los roles, es decir, cómo se comporta un varón. Decimos esto para que, a sabiendas, la mamá que está sola elija a alguien que influya positivamente sobre su hijo.
Qué enseñar
El contenido de la educación sexual dependerá de la edad del niño y del desarrollo que presente en particular, ya que hay diferencias evolutivas aun con la misma edad.
En el proceso de crecimiento, todo niño hace más o menos la siguiente secuencia:
En el caso del varón:
- El niño se reconoce como varón.
- Luego, sabe que él es varón como otros niños.
- Más tarde sabe que él y su padre son varones.
- Posteriormente sabe que todas las personas se dividen en varones y mujeres.
- Después asume que siempre será varón.
- Por último, sabe que cuando crezca va a poder ser padre como lo es su papá.
En el caso de las niñas:
- La niña se reconoce como mujer.
- Luego, sabe que ella es mujer como otras niñas.
- Más tarde sabe que ella y su madre son mujeres.
- Posteriormente sabe que todas las personas se dividen en varones y mujeres.
- Después asume que siempre será mujer.
- Por último, sabe que cuando crezca va a poder ser mamá como lo es la suya.
Es muy importante la coherencia de la familia en el trato hacia el menor. Si una madre trata a su hijo varón como si fuera una niña, al niño le costará identificarse como varón; queriendo satisfacer a su madre, aprenderá a actuar como una mujer, aunque sepa que es varón. Esto no tiene que ver con el hecho de que un varón ayude en las tareas de la casa. Eso no lo hará femenino, pero si la madre le deja crecer el cabello, le pone hebillitas, le permite usar su ropa y zapatos, es esperable que el chico se confunda.
Las pruebas, importantes en número, inducen a pensar que la programación genética prenatal y la acción de los mecanismos biológicos no son suficientes para compensar los efectos del aprendizaje postnatal. ¡Ayude a crecer a sus hijos orientándolos sanamente en todos los aspectos!
La angustia de algunos padres
Un problema grave para los padres surge cuando su hijo o hija no responden a las pautas generales esperadas para su sexo.
El padre se angustia más que la madre, aunque lo demuestre menos.
El varón que no tiene comportamientos masculinos o muy viriles, es segregado por sus pares, volviéndose un niño aislado. Esto impide que siga aprendiendo a comportarse como varón, ya que no tiene con quién.
En el caso de las niñas, si son masculinas, tanto sus padres como sus maestros son más tolerantes. El grupo de sus pares no suele rechazarlas.
Los niños que rechazan los juegos bruscos y tienen menos atracción por los deportes son aceptados por sus pares, siempre que no sean afeminados. Cuando lo son, experimentan rechazo. En esas condiciones, el niño afeminado busca integrarse a las niñas. Éstas lo aceptan hasta la edad de 7 u 8 años. Luego, también ellas, lo rotulan como afeminado y lo rechazan, con lo cual el niño afectado sufre una situación de aislamiento total, penosa y cruel, que no le permite desarrollar los roles por no poder practicarlos ni copiarlos de otros niños. Llega a la pubertad identificado como afeminado y rotulado como homosexual. Todo esto influye posteriormente en su comportamiento sexual.
La recomendación para los padres de un niño o niña que no encaja en los roles esperados para él o ella, es que sigan alentando el desarrollo normal. Rechacen la angustia porque lo único que logra es reforzar la que ya siente el niño en su impresión de inadecuado. Por el contrario, la confianza de sus progenitores reafirmará su identidad para un crecimiento sano.
La homosexualidad no se relaciona con la forma de ser. No tenga miedo de eso; por favor, serénese e infunda confianza. Refuerce el desarrollo con palabras de aceptación y ánimo. No mire para otro lado esperando que se resuelva solo. Intervenga, pero cuide sus formas. No emplee palabras como “maricón” u otras similares, las que le darán al niño la impresión de que usted piensa como los demás. Cuando a un niño, por no practicar deporte o por tener modos más suaves, se le dice repetidamente que es un “marica u homosexual”, puede ser que eso se transforme en realidad como una “profecía que se cumple a sí misma”, porque él lo cree primero y se convence luego de que es homosexual, desarrollando por aceptación características propias de esa identidad o rol homosexual. Si va a corregir a su hijo, ponga especial atención en cómo lo hace.
«Un sultán soñó que había perdido todos los dientes. Al despertar mandó llamar a un sabio para que interpretase su sueño. “¡Qué desgracia, mi señor!”, exclamó el sabio. “Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de vuestra majestad”. “¡Qué insolencia!”, gritó el sultán enfurecido. “¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? Fuera de aquí”. Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.
Más tarde, pidió que trajesen a otro sabio y le contó lo que había soñado. Éste, después de escuchar al sultán con atención, dijo: “Excelencia, gran felicidad os ha sido reservada, el sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes”. Se iluminó el semblante del sultán con una gran sonrisa y ordenó que le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos expresó admirado: “no es posible, la interpretación que habéis hecho del sueño es la misma que el primer sabio; no entiendo por qué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro”. El sabio contestó: “recuerda bien amigo mío, todo depende de la forma en que se dicen las cosas”.»
Extraído del libro “Niños con futuro”