El infierno en casa

Terminó la primera conferencia. Una anciana de porte distinguido, sin mucha expresión en su rostro dijo que tenía una penosa historia que nadie conocía.
La tristeza y la culpa la condujo a Cristo.
“Soy una madre soltera. Mi hijo, durante mis largas jornadas de trabajo, quedaba al cuidado de mi propia madre, una mujer mayor pero responsable y cariñosa. Él fue un niño obediente y aplicado. Durante la infancia y la adolescencia nunca me trajo problemas; siempre compañero y buen estudiante. Por eso es que no me perdono, ¿cómo pudo ser posible que él viviera torturado y yo nunca me haya dado cuenta?
Hace quince años que me enteré, pero fue de la peor manera. Cuando llegué del trabajo lo encontré ahorcado en su dormitorio. Me dejó una pequeña nota y un libro en el que contaba fragmentos de su vida.
Él día que lo llevamos al cementerio, mi alma iba en ese ataúd, ¿cómo no me di cuenta?
Alguien allegado abusó de él durante muchos años. Le robó el futuro y la vida, a mí la familia y la alegría.
El día de su muerte acepté a Cristo en el corazón y puedo decir que fue lo mejor que me sucedió. Sobrellevo este pasado sólo porque he descubierto la fuerza del perdón y del verdadero amor en Dios. Ahora tengo setenta y un años y espero que mi hijo esté con mi Señor.

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